A veces me gusta imaginarme las posibles vidas que hay detrás de un rostro desconocido, tan solo por aquella vibración que me transmite en el momento, como si con ello pudiera adivinar de que pasta están hechos, como si aquellas personas tan solo fuesen otro personaje más de alguna historia inventada por cualquier narrador, me gusta contemplar sus expresiones, su estilo de vida o su mirada fija en algún punto del espacio que compartimos. A veces lo hago sin que se den cuenta, como si así pudiese conserva su pequeño espacio, como si actuasen sin que nadie les viese, haciéndoles tan suyos que les cuesta falsear su propia personalidad.
Algunas personas me transmiten sensaciones únicas y otras simplemente las detesto. Son como un impulso, una señal que tira de tu hilo y te hace unirte con otro por milésimas de segundo. Quizás esas energías traten de atar cabos sueltos y algunos se agarran más a ellas que otros.
Quizás necesitemos nutrirnos de aquellas cosas que nos hacen brillar sin que nos demos cuenta, como un chocolate caliente, un abrazo o un pensamiento. Algunas almas perdieron esa energía y creo que por eso las detesto, no soporto sentir ese agujero negro que hace que te absorba y te quite parte de ti.
Me refiero a las personas grises, que no son capaces de ver lo bonito en la oscuridad ni el caos en la belleza. Algo así como si nunca les saciase ningún sentimiento, como si cualquier cosa les supiese a poco. Buscando alguna nueva fuente de alimentación a la que engancharse como una sanguijuela.
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